Publicado en La Hora Digital, 12 octubre de 2024

Los días 11-13 de octubre de 1974, hace ahora cincuenta años, el PSOE celebró en Suresnes (Francia) un Congreso llamado a hacer historia. Un minúsculo grupo de jóvenes liderados por Felipe González desbancó a la dirección en el exilio del partido socialista e inició una larga etapa que, tras el breve paréntesis de Joaquín Almunia, finalizó en 2000 con un nuevo Congreso. Fue en este Congreso donde apareció otro liderazgo, el de José Luis Rodríguez Zapatero, en buena parte continuado por Pedro Sánchez.

Los veintiséis años (1977-2000) de aquel PSOE han dejado profundas huellas en la vida económica, política y social de España. Algunos de los que colaboramos en aquel proyecto hemos contado lo que hicimos y por qué lo hicimos. Pero lo nuestro es memoria debida; no historia. Por eso aquella época es ya desde hace tiempo campo de cultivo para los historiadores.

En un partido más que centenario como es el PSOE ha habido siempre un cuerpo capital de ideas, proyectos, esperanzas y realizaciones compartidas a lo largo de los tiempos. Pero también el partido socialista presenta algunas diferencias que permiten hablar de distintas etapas. Y lo mismo que había discrepancias entre el PSOE que representaba Indalecio Prieto o Fernando de los Ríos y el que lideró Largo Caballero, hoy también hay diferencias entre aquel PSOE de la etapa de Felipe González y el PSOE liderado después por Zapatero y Sánchez.

No me refiero a las concretas políticas (sanidad, educación, pensiones, vivienda, servicios sociales, etc) practicadas antes y después del año 2000. Ni me ocupo ahora de la intensidad del compromiso constitucional, pues es claro que la voluntad de Constitución ha sido y es diferente en cada etapa. Si para aquel PSOE nacido en Suresnes la Constitución era un frondoso árbol que cobijó sin graves estridencias sus políticas públicas, para este PSOE la Constitución más parece un incómodo corsé que se desgarra con políticas como la amnistía o el concierto catalán. Pero podemos dejar esto para otro momento

Porque ahora prefiero referirme al marco conceptual, al concepto de lo político pues tengo la convicción de que es esta concepción de la política –en qué consiste y para que sirve- la que mejor aflora las diferencias del PSOE renovado en Suresnes con el que le precedió y con el que le ha sucedido.

El PSOE que renació en Suresnes comenzó a perder aquel gesto adusto, hosco y huraño que le atribuía Ortega y Gasset y tomó conciencia de que en aquella transición tan delicada el nuevo PSOE o era parte del problema de España o era parte de su solución. O entendía la política como la continuación de la guerra por otros medios o la concebía como transacción entre proyectos diferentes y legítimos. Y en la forma como resolvió este dilema está la seña de identidad más clara y distintiva de aquel PSOE.

En 1932, en pleno asalto a la democracia pluralista, Carl Schmitt había asegurado que la esencia de la política se sitúa en el eje amigo-enemigo. Que lo mismo que la ética se constituye con la diferencia de bueno y malo, lo mismo que la estética se conforma partiendo de la distinción de lo bello y lo feo y la economía parte del eje de lo útil y lo perjudicial, la política se fundamenta en la diferenciación amigo y enemigo.

El enemigo público (el hostis, no el inimicus privado) es el extraño sentido como amenaza existencial; el otro vivido como alguien que debe ser por ello rechazado, combatido o incluso eliminado para asegurar la propia existencia.

Esta forma militarizada de entender lo político como lucha y guerra frente al enemigo, sea exterior o interior, terminó legitimando los totalitarismos y los desvaríos del siglo XX: un siglo, se ha dicho con razón, que ha sido un pelotón de fusilamiento en servicio permanente. Fue una tragedia para Europa que también asoló España, porque esta forma de entender y vivir la política terminó filtrándose y contagiando tanto a nuestra derecha como a nuestra izquierda.

Pues bien, el PSOE renovado en Suresnes rechazó tajantemente esta idea de la política basada en la distinción amigo y enemigo. La guerra civil y la dictadura franquista nos habían enseñado las trágicas consecuencias que se derivan de concebir así la política. Veníamos vacunados frente a las verdades absolutas. Éramos conscientes de la legítima fragmentación ideológica, social y moral de nuestra sociedad. Aprendimos que la política no podía consistir en imponer a los demás unos determinados código morales o unos particulares proyectos sociales. Y asumimos que en las democracias pluralistas nunca hay soluciones definitivas sino que a lo máximo que podemos aspirar, como recomendaba Kelsen, era a alcanzar acuerdos y compromisos que siempre serían revisables y por tanto provisionales.

Por eso aquella generación de socialistas, en línea con el resto de los partidos que hicieron posible la Constitución, en lugar de cavar trincheras y construir muros, en lugar de sucumbir a la tentación de definir la política sobre el eje amigo y enemigo, aprendió a tender puentes con el otro, que ya no era un enemigo a abatir sino un adversario con el que había que negociar. La política fue transacción y no guerra. En suma,  nos fiábamos más Kelsen (La esencia de la democracia) que de Carl Schmitt  (El concepto de lo político).

Pero de alguna forma, Carl Schmitt ha vuelto a hacer acto de presencia en nuestras sociedades muchas veces del brazo de los movimientos populistas y los nacionalismos. Ambos construyen su identidad en torno al conflicto y a la existencia de un enemigo interior demonizado.

Rechazan el proyecto liberal que parte del reconocimiento del otro como adversario con pretensiones diferentes pero igualmente legítimas. Niegan que estas se pueden de alguna forma reintegrar a través del compromiso, el arreglo e incluso la apuesta por distintos modus vivendi. Y frente a la idea de la política como disposición y habilidad para lograr la concordia discordantium, reducen aquella a un permanente combate y guerra contra el enemigo.

Pues bien, creo que las amistades y pactos del actual PSOE con grupos netamente iliberales de populistas y nacionalistas es una fuente de contagio que emborrona aquel concepto de lo político que, con sus errores, se fue abriendo paso en el PSOE desde Suresnes.

Ese eventual contagio creo verlo en primer lugar en el lenguaje utilizado porque, como decía Aristóteles, cada uno habla y obra como es y de esta manera vive. Es el No es No, es la permanente demonización de la derecha como fachosfera y es el gusto por la cancelación. Pero es también el propósito de construir un muro inexpugnable entre derecha e izquierda. Es el no reconocer a la oposición como legítima alternativa de gobierno. Y es creer que en política está permitida la mentira y el engaño porque el fin – impedir la alternancia- justifica cualquier medio en la guerra. O, como decía Hobbes (Leviatán 13), en la guerra la fuerza y el fraude son dos virtudes cardinales.

Por eso, si alguien pretendiera desentrañar el tipo de diferencias existentes entre aquel y este PSOE no rebuscaría en sus políticas públicas (sanidad, educación, vivienda, servicios sociales…) que más o menos entroncan en la misma tradición. Ni se debiera limitar a señalar la menguada voluntad de Constitución, el progresivo contagio nacionalista de un Estado confederal o la atrofia de la solidaridad y la igualdad en la marea de las identidades.

Miraría también si su concepción de la política es la propia de aquella democracia pluralista que, no sin contradicciones y tropiezos, el socialismo español fue asumiendo desde 1977 o su definición de qué es y para qué sirve la política es otra vez la expresión de la dialéctica amigo– enemigo que tan fatales consecuencias tuvo para España.

Aquel PSOE de Suresnes y este PSOE, al margen de las políticas públicas compartidas, representan dos formas diferentes de entender la vida política, dos conceptos de lo político. Y el futuro dirá si la idea de la política de aquel PSOE de Suresnes no fue más que un paréntesis sin continuidad en la historia del socialismo español o si el verdadero paréntesis ha sido el estilo de hacer política de este PSOE. 

El tiempo despejará esta incógnita.

Virgilio Zapatero. Rector emérito de la Universidad de Alcalá

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