Para poder evaluar la aportación de las universidades españolas es preciso tener en cuenta cuál es la misión que la ley atribuye a las Universidades y si los parámetros de los rankings sirven para medir adecuadamente su cumplimiento (Conferencia pronunciada en la Universidad de la Rioja. 2010)
Los valores que no miden los rankings
De un tiempo a esta parte suele ser habitual referirse a los rankings universitarios para lamentar que ninguna de nuestras universidades aparezca en puestos de relevancia. Este dato, que no se discute, se presenta como la prueba palmaria del fracaso de nuestras universidades y contribuye a espesar aún más ese pesimismo noventayochista que recorre los medios de comunicación últimamente.
Se ha aceptado que estos rankings son el parámetro correcto para evaluar la aportación de nuestras universidades al desarrollo social, cultural y económico de nuestro país. No voy a negar yo a estas alturas la utilidad de los rankings aunque sí, como diré más tarde, cuestiono la metodología que suelen aplicar y su pretensión de convertirse en el principal criterio para valorar la aportación de las universidades españolas.
Para poder evaluar la aportación de las universidades españolas es preciso tener en cuenta cuál es la misión que la ley atribuye a las Universidades y si los parámetros de los rankings sirven para medir adecuadamente su cumplimiento.. Por eso, permítanme que comencemos recordando cuál es la misión de la Universidad, en tanto que el Parlamento español no lo cambie.
Una pequeña historia
Todo comenzó a mediados del siglo XIX cuando un joven profesor de Derecho Natural, Julián Sanz del Rio, cercano a los círculos de Espartero, logró su cátedra en la Central y una pensión para estudiar en Alemania el pensamiento de Krause, un discípulo de Schelling. A su llegada, todavía estaba vivo en Alemania el gran debate del idealismo alemán que había culminado en la fundación de la Universidad de Berlín en 1810 y en el que habían participado Schelling con sus Lecciones sobre el método del estudio universitario (1801), Fichte con su Plan deducido de una institución de educación que ha de establecerse en Berlín (1807), Schleiermacher con sus Reflexiones ocasionales sobre Universidades en sentido alemán (1808) o Henrik Steffens (1808) con sus conferencias Sobre la Idea de las Universidades. Más allá de sus diferencias, había algunas ideas directrices sobre lo que debía ser la misión de la Universidad (Emilio Lledó, La misión de la universidad en Ortega): la oposición a un sistema de enseñanza basada en los exámenes, la afirmación del carácter interdisciplinar del estudio universitario, la preparación para el ejercicio de una profesión y la insistencia en la investigación como misión irrenunciable de la Universidad. Aparte de un cambio en la metodología, la misión de la Universidad era doble: enseñanza profesional y fomento de la investigación. Y esto es lo que nos trajeron de Alemania los profesores krausistas.
La filosofía krausista, aquí injertada, propiciaba una concepción del mundo de gran novedad en el contexto español y un cuerpo de doctrina que incentivaba el cultivo de la ciencia y nos acercaba a Europa, como ha explicado el profesor Laporta. Frente al dogmatismo integrista postulaba la tolerancia, la libertad de pensamiento y de cátedra; frente a la moralidad hipócrita y social de la religión histórica del país, una actitud ética de honestidad y conciencia. Frente a la fe del carbonero, una insobornable confianza en la razón y un auténtico culto a la ciencia. Con un sistema muy perfeccionado de enseñanza, tanto primaria como universitaria, pretendían resolver a tempo lento, la problemática compleja de España que, aunque afectaba a todos los ámbitos de la vida pública, creían poder reducir a un denominador común: el fracaso de todo nuestro sistema educativo.
Desde finales del XIX, en la experiencia republicana del XX y en nuestro tiempo con la recuperación de la democracia se ha querido seguir este modelo de la universidad de Humboldt con esa doble misión, docente e investigadora. Así lo recogió claramente la Ley Universitaria (6/2001) cuando en su artículo 1º explicitaba cuál es la misión de la Universidad – investigación, docencia y estudio- y sus funciones: la creación y transmisión de la ciencia, la preparación para el ejercicio de actividades profesionales, la difusión, la valorización y la transferencia del conocimiento al servicio de la vida y del desarrollo económico y la difusión del conocimiento y la cultura a través de la extensión universitaria y la formación a lo largo de toda la vida.
Pues bien, si se quiere evaluar seriamente el desempeño de la Universidad española habrá que partir del grado de cumplimiento de la misión que la propia sociedad española a través de los sucesivos gobiernos y parlamentos le ha asignado y que no es otro, en síntesis, que el de la docencia, la investigación y la extensión de la cultura.
Lo que miden los rankings
¿Son los famosos rankings la herramienta más precisa para una medición de este tipo? No lo son y por tanto o cambiamos la misión de la Universidad para adecuarla a los famosos rankings o, si mantenemos que esa debe seguir siendo nuestra misión, necesitamos otras metodologías para evaluar nuestras universidades.
Como Rector que fui de una de las Universidades de España – la de Alcalá- tuve desde el primer momento la curiosidad de examinar el contenido de los tres más famosos rankings: el Academic Rankings of World University (más conocido como Shangai), el Thimes Higher Education (THE) y el Quacquarelli Symonds (QS). Los criterios que utilizaban eran diferentes. Para el de Shangai lo que importaba realmente era el número de antiguos alumnos que habían obtenido un Nobel, el número de profesores que lo habían obtenido, el número de veces que los profesores eran citados en 21 categorías temáticas, así como el número de investigaciones publicadas en Science and Nature. En cuanto al QS, se basa fundamentalmente en encuestas de opinión entre, por una parte, académicos y por otra parte de satisfacción de sus propios estudiantes así como las publicaciones de sus profesores y el número de profesores y alumnos extranjeros. Por último el THE combina en su metodología resultados de encuestas, citas de los artículos de sus profesores, número de profesores y estudiantes extranjeros y los ingresos que obtiene de la industria cada universidad por la investigación de sus profesores.
No dudo de la utilidad de unos rankings que utilizan tales parámetros; pero lo que dudo es que sirvan para medir la utilidad de lo que nuestras universidades están haciendo. Dos son los modelos a la vista: el modelo norteamericano o el modelo europeo. El primero diferencia entre Universidades investigadoras y Universidades con poca o nula investigación. De los 4.000 Universidades norteamericanas, sólo 500 producen doctores y únicamente 125 son centros de investigación. Las 4.000 universidades europeas han seguido, por el contrario, el modelo Humboldt en el que todas hacen al tiempo docencia e investigación. Los rankings en cuestión pueden servir para aquellos sistemas anglosajones que diferencien las universidades exclusivamente investigadoras de las docentes. Pero dudo que sirvan para evaluar las universidades que siguen el modelo de Humboldt y que son la mayoría de las universidades europeas. Tal vez por eso ya hace tiempo que la Comisión Europea está embarcada en la tarea de elaborar su propio ranking.
Por eso creo que si queremos aplicar esta metodología a nuestras universidades lo que habría que cambiar previamente es el modelo y diferenciar entre universidades más centradas en la investigación (sería entonces fácil colocar unas cuantas en puestos relevantes de los tres rankings) y universidades más centradas en la docencia. Y si optamos, como hace la mayoría de Europa, por mantener este modelo docente-investigador de nuestras universidades, es mejor que la Comisión Europea acierte en construir una metodología más adaptada a nuestro modelo.
La moral de la ciencia
No voy a hablar aquí del desempeño de nuestras universidades en materia de investigación y de lo mucho que queda por hacer. Entre Europa y los Estados Unidos de América se está abriendo una brecha impresionante en materia de investigación: mientras los EE.UU de América dedican el 3% de su PIB a investigación, Europa apenas llega al 2% y España no llega al 1%. Y la crisis ha dejado arrumbado el objetivo para 2010 de alcanzar el mítico 3%. Fallamos claramente en este punto. Pero conviene no olvidar que la ciencia que se hace en España – todavía insuficiente- se hace en las Universidades. No hay ciencia aplicada, si previamente no tenemos ciencia que aplicar; si no aumentamos significativamente el esfuerzo en materia de investigación. Pero ese es otro tema, del que no me corresponde hablar a mí.
Yo quiero hablarles en lo que me queda de tiempo, de lo que ha aportado la universidad española y que, sin embargo, no mide ningún ranking. Para que lo tengamos en cuenta cuando, por prurito de modernidad o puro esnobismo, oímos pontificar sobre los males de nuestra universidad acompañados de las más las más peregrinas ocurrencias sobre lo que habría que hacer con ellas. Ojo con los arbitristas no vayamos al cambiar el agua, tiremos también el niño por el desagüe de la bañera.
Hablemos de lo hasta ahora conseguido
La generalización de la enseñanza universitaria
La educación, decía Giner, es imagen de la sociedad cuyos hombres forma; es y vale en cada tiempo lo que le permite el ideal y el estado de la sociedad. Dicho en otros términos, tenemos la Universidad que se corresponde con dos parámetros: nuestras aspiraciones y nuestros recursos sociales. Y la aspiración de nuestra sociedad – o lo que nuestros gobernantes han interpretado como voluntad de la misma- era una universidad de masas conectada con la preparación para el ejercicio de una profesión que con el espíritu científico al que nos referíamos.
Centrándonos en la educación superior, los datos no pueden ser más elocuentes: el sistema universitario español ha crecido a un ritmo intenso pasando de atender 330.00000 alumnos en 1970, 404.00 en 1972, 697.00 en 1978, en 1985/86 fueron 776.396, en 1997/98 fueron 1.222.679 para dar el gran salto: 1.632.573 en el curso 97/98. (al final diré algo sobre lo que ha ocurrido desde entonces a esta parte) En sólo tres décadas (María Jesus San Segundo. La universidad española en cifras) se produjo la transformación de un sistema de educación superior de tipo elitista a uno que proporciona una formación de masas.
La afluencia masiva de estudiantes al sistema educativo superior es un fenómeno general de las sociedades avanzadas, al que no ha sido ajeno nuestro país en la segunda mitad del siglo XX. Pero en el caso de España el crecimiento ha tenido mucha mayor intensidad como puede verse a través de la comparación con otros países.
¿Tenemos demasiados estudiantes universitarios en España, como suele decirse? Pues no. En España el 53% de los jóvenes accedieron en 2011 a la Universidad (Panorama de la educación. Indicadores de la OCDE, 2013); cifra que ha ido creciendo desde el inicio de la democracia. Pero no podemos olvidar que el promedio de la Unión21 es del 59% todavía y el de la OCDE el 60%. Todavía nos llevan unas cuantas cabezas en la carrera.
No es fácil determinar si este incremento de la educación superior en España – con la multiplicación de Universidades públicas y privadas, el lógico incremento de profesorado y del gasto universitario- se debe más a la presión de la demanda de los ciudadanos que ven en la educación superior una oportunidad de mejora profesional para sus hijos o a la oferta de las autoridades educativas que consideren que la educación es un bien público cuya provisión acelera el desarrollo económico (Víctor Pérez Díaz, Educación Superior y futuro). En todo caso, la recuperación de la democracia en España ha hecho posible un espectacular crecimiento de la enseñanza universitaria que se ha convertido hoy casi en un “derecho” y que camina hacia una cierta generalización. En este punto, España ya no es diferente; o las diferencias no son tan dispares como lo fueran hace medio siglo.
Y este, el progreso el progreso espectacular del número de jóvenes que reciben una educación superior en nuestras universidades, es algo que no miden en absoluto los citados rankings.
El avance en una sociedad más igualitaria
Como una derivada de este fenómeno, la sociedad española ha dado unos pasos muy relevantes en la igualdad. Dicho en otros términos, la universidad española ha aportado a la sociedad más igualdad porque la generalización de la enseñanza universitaria supone un reparto más equitativo de uno de los bienes sociales más preciados como es el conocimiento. Estoy plenamente convencido de que el principal ascensor social, el vehículo que facilita la movilidad social, el activo que permite al que carece de recursos sociales ocupar los trabajos más relevantes o mejor remunerados de una sociedad es la educación superior. Cuantos más jóvenes tengan la oportunidad de acceder a este nivel de educación, más justa será nuestra sociedad, más habremos avanzado en el progreso de la igualdad. En New York existe la famosa Estatua de la Libertad: si yo tuviera que hacer una estatua a la igualdad la encarnaría en un maestro, en un profesor.
Esta Universidad de masas – que no tiene por qué ser masiva- tiene sus inconvenientes, claro está y hay que hacerles frente. Pero ha tenido un activo que no tenía la Universidad en la que yo estudié: aquí no está sólo el superdotado o el de familia pudiente sino la mitad de los jóvenes españoles. Y podrían estar más.
Y en esa Universidad están sentados en los mismos pupitres, sin complejos, jóvenes que pertenecen a todo el espectro social y en hecho de convivir unos años jóvenes de todas las clases y posiciones genera una cierta homogeneidad social. Y sin esa cierta homogeneidad social la sociedad no es sostenible. Eliminado el servicio militar obligatorio, la escuela, el instituto y la universidad son ya los únicos ámbitos donde los jóvenes españoles pueden convivir sin diferencias de clase.
¿Por qué no poner en valor esta contribución? No lo miden los famosos rankings; pero esta es la prueba de que esos rankings no reflejan correctamente la aportación de la Universidad al desarrollo social y moral del país.
Unos buenos profesionales
Generalización de la educación superior, más igualdad y, por supuesto, preparación de profesionales.
Decía Giner de los Ríos que la misión de la educación en general era educar la cabeza, el corazón y la mano. Había que ocuparse de la cabeza, impulsando el conocimiento. Había que educar el corazón, educando la sensibilidad y los sentimientos. Y había que educar la mano para que todo joven tuviera un oficio, una profesión. Y esta, junto al avance de la investigación y la ciencia, es la otra misión de la universidad.
De acuerdo con el último Informe anual de la OCDE “Panorama de educación” de 2013 el 29% de los españoles entre 25 y 64 años acreditaban en 2007 un título universitario, diferente al 27% de media de los países de la OCDE y del 24% de la Unión Europea(a 19). Nuestro país se encuentra por delante de potencias europeas como Francia o Alemania, aunque por debajo del Reino Unido de los países nórdicos como Suecia y Finlandia que tradicionalmente mantienen las tasas europeas más altas de titulados superiores. A escala mundial destaca la posición de los EE.UU donde un 40% de la población entre 25 y 64 años tienen estudios superiores.
La Universidad española, pues, ha cumplido con creces su misión de preparar profesionales en número y en calidad. Son los profesionales universitarios quienes han hecho posible el desarrollo de nuestra sociedad y que están altamente reconocidos en el plano internacional como estamos viendo últimamente. Los puentes los han hecho ingenieros salidos de nuestras universidades, la sanidad que tenemos la ofertan los médicos y enfermeras salidas de nuestras universidades, los trenes que tenemos y que exportamos los han gestionado ingenieros salidos de nuestras universidades
Se han ido adaptando las ofertas a las demandas sociales.
Y todo esto no lo recogen los famosos rankings
Y por último unos valores.
Esta universidad de masas tal y como se la ha diseñado, atendiendo a la mayoría de los jóvenes en edad escolar, pública y accesible económicamente a las personas de bajos ingresos ha permitido y sigue haciendo posible también una mejor educación sentimental. La convivencia tan plural en un clima de libertad académica y de libertades públicos, de personas de procedencias tan diversas – económica, social, religiosa y políticamente- fomenta el aprendizaje y la práctica de tres virtudes: la tolerancia, el respeto y la admiración.
Eliminado el servicio militar, la educación en sus distintos niveles – escuela, instituto y universidad- constituyen el único punto de encuentro y convivencia de los jóvenes españoles, sea cual sea su origen y su status económico. Este hecho da a la Universidad una rica, diversa en su composición en todos los campos económico, social, religioso e ideológico. La Universidad pública es una foto más precisa de nuestra sociedad que lo fuera hace 30 años. Y es en el trato con los otros, con los diferentes, donde se aprende lo que es la tolerancia porque sólo se tolera lo que no nos gusta, lo que rechazamos; no lo que es similar o parecido a nosotros mismos. Creo que la Universidad pública, al reunir en su seno, personas diferentes ha proporcionado a nuestros jóvenes a vivir con los otros y a tolerar lo que inicialmente rechazamos.
Creo que la Universidad es, por lo mismo, la institución que nos ha hecho ser no sólo más tolerantes sino también más respetuosos. El respeto es un paso superior sobre la tolerancia: implica también la presencia de los otros, los diferentes en cuyas ideas, costumbres o prácticas nos provocan no rechazo sino simplemente curiosidad. La Universidad enseña a ver a los demás en actitud de respeto, de sospechar que lo que dice o lo que hace puede tener algo de valioso. Y yo creo que nuestros jóvenes tienen una mayor vocación de respeto de los diferentes.
Y por último la admiración. Hay dos principios típicamente universitarios. Uno de ellos, el principio de la razón teórica, era el atrévete a conocer. Otro, al que no se refería Kant, es el atrévete a admirar a los mejores.
Que salgan cada año de nuestras universidades 200.000 jóvenes más tolerantes, con un mayor respeto y más dispuestos a emular a los mejores… ¿cuánto vale? Por supuesto que otras instituciones cooperan en esta empresa. Pero sólo la universidad de masas tiene la oportunidad de tener en su seno a tantos miles de jóvenes. Que lo podemos hacer mejor, es evidente. Pero que es bueno que una institución se dedique a educar la cabeza, el corazón y la mano, también lo es.
Mirando al futuro
Reformas a fondo. Pero no la reducción de la Universidad española a una universidad de élite, minoritaria y con unas pocas en los rankings. ¿Cuál sería el el coste de la no universidad; esto es, el coste social, profesional, cultural e incluso económico y moral de una universidad para unos pocos excelentes?
Y a esto es a lo que desgraciadamente caminamos. Según el estudio de la CRUE (La universidad española en cifras. 2010) hemos pasado de 1.222.679 alumnos en 1996/97 en las Universidades Públicas a 1.037.444 en el curso 2008/9. Y supongo que las matrículas y la política de becas estarán haciendo estragos más alarmantes desde entonces. Si a esto se añaden los últimos datos de financiación de las universidades (subidas de tasas) y en materia de becas, está claro que también cabe el retroceso en la historia.
Créditos de la imagen del Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares