Diputación de Granada, 26 de noviembre 2020. Centenario de su elección como diputado por Granada (en prensa)

1.- Por una Pedagogía de la memoria

“La esencia de una nación – decía Renan- es que todos los individuos tengan muchas cosas en común, y también que todos hayan olvidado muchas cosas”. La memoria social no es algo natural o biológico; es una construcción cultural que se hace, se rehace y a veces se deshace. Por eso cualquier grupo humano que quiera perdurar tiene que aprender a recordar lo que no debe olvidar y a olvidar lo que solo sirve para quebrar de nuevo el espacio público.

Los intentos de las sociedades de afrontar un pasado doloroso, como son las guerras civiles y las dictaduras, suelen ir asociados históricamente al debate en torno a su memoria. Mucho se ha discutido – y se seguirá discutiendo- sobre el papel del olvido y del perdón en las transiciones y sobre la legitimidad de los Estados a la hora de renunciar a la justicia retributiva. Frente a quienes rechazan que el perdón tenga algún papel en la política, creo, con Hanna Arendt, que la política a veces necesita una facultad que opere de forma parecida a como funciona el perdón en las relaciones personales. Porque el perdón, además de una virtud, puede ser también una herramienta política cuando hay que recomponer la esfera pública en sociedades rotas por guerras y dictaduras. En Atenas se inventó una fórmula: me mnesikakein.

Tras el gobierno de los Treinta tiranos y una sangrienta guerra civil, los atenienses pactaron que todos los ciudadanos pronunciarían un juramento, cuyo texto se nos ha trasmitido a través de Aristóteles y Andócides: De las cosas del pasado, no haré con ánimo de perjuicio recordatorio alguno contra ninguno de mis conciudadanos. La violación de este juramento llevaba aparejada la pena de muerte. No se trataba de olvidar: lo que prometieron era no recordar con ánimo de perjuicio; lo que se prohibieron a sí mismo era recurrir al pasado para hacerse daño mutuamente. Cicerón lo llamó el vetus atheniensium exemplum. Pues bien, 2.480 años después, eso mismo – no hacernos daño con el pasado- fue lo que hicimos los españoles para poder recrear el espacio público roto por una guerra y una dictadura. Ese fue el sentido de la ley 47/ 1977 de 13 de octubre sobre la amnistía, hoy tan injusta e insensatamente denostada. Esa fue la primera ley que aprobó nuestra democracia.

Pero la esencia de una nación, decía Renan, no sólo exige que todos hayamos olvidado y perdonado algunas cosas, sino también que todos tengamos muchas cosas en común. Las naciones son (Martin Buber) comunidades de recuerdos. Y de la consciencia y comprensión de dónde venimos no solo depende el conocimiento del presente, de quienes somos y de lo que somos, sino también el tipo de futuro que nos aguarda. Lo decía bellamente Unamuno: con las mimbres de los recuerdos armamos nuestras esperanzas.

Recordar colectivamente es una actividad social que juega un papel importante en la búsqueda de identidad de cualquier grupo. No es un ejercicio de nostalgia, sino de búsqueda de la identidad. Identificar e imaginar el futuro es lo que pretendió la Diputación de Granada en los noventa cuando me invitó a escribir una biografía sobre Fernando de los Ríos, o cuando la UGT me pidió que montara una Exposición sobre Fernando de los Ríos, o el PSOE que organizara y comisionara una Exposición sobre Pablo Iglesias y otra Exposición sobre del Exilio. “Sin santos, no hay virtudes”, decía Ortega y Gasset. Sin el recuerdo de nuestros grandes literatos, nuestros grandes artistas, poetas, grandes hombres y mujeres de nuestro pasado (sin la Vaterland de Nietzsche) no existe la Kinderland. Y lo que vale para España como nación, vale para los partidos y las organizaciones históricas. Sin Pablo Iglesias, Julián Besteiro, Indalecio Prieto o Fernando de los Ríos – en cierto sentido los santos laicos del socialismo español- el socialismo español se privaría de una parte de su pasado; y por tanto de identidad en el presente y, tal vez, de futuro.

Agradezco, por ello, a la Diputación de Granada su invitación a participar en este ejercicio de Memoria Histórica que es la celebración del centenario de la entrada de Fernando de los Ríos en el Congreso de los Diputados. Fue el primer diputado socialista de Granada, también de Andalucía y merece que recordemos, como parte de la Memoria Histórica de nuestra democracia, al pensador más moderno y al pensamiento más vivo del viejo socialismo español.

¿Quién fue Fernando de los Ríos?

2.- Un intelectual comprometido.

Fernando de los Ríos fue, antes de todo, un intelectual; lo que entonces se llamaba intelectual; esto es, alguien que con su palabra ayuda a conformar la opinión pública. En la actualidad esta se forma de otro modo: los programas han sido sustituidos por los líderes, los discursos por las imágenes y las razones por las emociones. La video democracia, última fase del desarrollo (o deriva) de nuestra democracia representativa, no necesita intelectuales sino creadores de acontecimientos mediáticos. Pero entonces, el intelectual era un elemento capital en la formación de la opinión pública.

2.1. Norberto Bobbio (Il dubbio e la scelta. Intellectuali e potere, Roma 1993) consideraba que el intelectual es aquel que trabaja con ideas, que no hace cosas sino que reflexiona sobre las cosas. Podemos matizar algo esta definición de Bobbio; puesto que con ideas también trabaja el investigador encerrado en su laboratorio o el profesor que pasa horas rodeado de libros en la biblioteca y no por eso decimos que sea un intelectual. El intelectual no sólo trabaja con ideas sino que también hace cosas con sus ideas: contribuir con su palabra a que la opinión pública sea una opinión pública informada. Así es como empezó Fernando de los Ríos su vida pública.

2.2. Para poder influir realmente en la opinión pública no bastaba con ser un profesional sin más de la medicina, el derecho, la economía o en este caso un profesor universitario. Hay que ser un buenprofesional, un buen médico, un buen jurista o un buen economista; hay que haberse ganado el prestigio en el ejercicio de su profesión. El intelectual, trata de contribuir al debate público desde su propia profesión. Es decir, aportando al mismo sus conocimientos y prestigio profesionales. No es un tertuliano o “todólogo”; el intelectual habla desde lo que sabe, desde lo que conoce por su profesión. Es verdad que en democracia para opinar no se exige acreditar la solvencia como literato, economista, médico o ingeniero o cualquiera otra profesión. Pero es evidente que los intelectuales que dejaron huella en su sociedad, son aquellos que habían destacado profesionalmente y utilizaron sus conocimientos para orientar a la opinión pública.

En este sentido Fernando de los Ríos fue un profesional con prestigio, con auctoritas. Era un profesor universitario que se había formado primero con Giner y más tarde en Marburgo con los académicos más prestigiosos del momento (Herman Cohen o Paul Natorp), que había vuelto a España y obtenido por concurso la Cátedra de Derecho Político de la Universidad de Granada. Y desde el primer día de su llegada a Granada se convirtió en una referencia académica y social.

2.3. Un intelectual tiene que tener una causa que apoyar (el Yo acuso, de Zola o el Tribunal Internacional de Crímenes de Guerra de Bertrand Russell y Sartre, por ejemplo). Aquí está la diferencia entre el periodista profesional y el intelectual. Ambos tienen cosas que decir, algo que contar, pero el intelectual tiene además una causa que defender. En el caso de Fernando de los Ríos, su causa fue la de fundir lo mejor de nuestra historia: el liberalismo de Giner y el socialismo de Pablo Iglesias.

En Fernando de los Ríos confluyeron ciertamente estas dos tradiciones: la de la Institución Libre de Enseñanza y la socialista. La España por él soñada era la de Francisco Giner y la de Pablo Iglesias que él siempre creyó poder fundir en un proyecto de modernización, de europeización de España y de integración de la clase trabajadora en la vida nacional. Entre los recuerdos de su vida, Indalecio Prieto relataba el impresionante entierro de Pablo Iglesias en 1925: “Marchábamos silenciosos, recogidos dentro de nosotros mismos. Fernando de los Ríos rompió el silencio para decirme: Dos hombres han revolucionado por igual la conciencia española: don Francisco Giner y Pablo Iglesias. ¿No lo cree usted?”.

Era Giner, ciertamente, el representante del mejor liberalismo español. Pablo Iglesias fue la expresión más genuina del socialismo en España. Pero ambos tenían, no obstante, al menos, una característica en común: ser ambos educadores. El primero, Educador de la elite intelectual – la Generación del 14– que contribuyó decisivamente a forjar aquella Edad de Plata que fueron las tres primeras décadas de nuestro siglo XX. El segundo, Pablo Iglesias, educador de muchedumbres, en feliz expresión de Morato, desde las Casas del Pueblo. Ambos, Giner e Iglesias, fueron vistos como modelos del ciudadano virtuoso en que había de mirarse la España moderna y europea a construir. Y en Fernando de los Ríos confluyeron estas dos tradiciones; primero la de Giner, y después la de Pablo Iglesias.

3.- La política como pedagogía social.

Aunque más cercano al partido liberal que a los conservadores, Giner de los Ríos rehuyó siempre comprometerse con un partido político o con un gobierno. Recluido en su casita del Paseo del Obelisco o en su seminario de la Facultad de Derecho insistía a sus alumnos que el secreto de España, de sus males y de sus remedios, sólo podía venir de la educación. No se dejó llevar don Francisco de los arbitrismos y espejismos finiseculares a la hora de definir lo ocurrido en el 98. El llamado desastre no era más que la espuma de un más profundo mar de fondo. El desastre que salía a la superficie precisamente en 1898 era el de nuestra educación. Nuestros soldados no habían sido vencidos en Santiago y Cavite por el mayor valor y arrojo del ejército norteamericano: nos han vencido unas máquinas inventadas por “algún electricista o algún mecánico. Se nos ha vencido en el laboratorio y en las oficinas pero no en el mar o en la tierra”. El secreto de la regeneración de España estaba en la educación. Lo que España necesitaba no era cirujanos de hierro, como andaba pidiendo Costa, sino un pueblo educado. Y Giner supo encandilar a toda una generación con esa idea, con ese proyecto, con esa responsabilidad de hacer ese pueblo que España necesitaba. Por eso para Giner, la política – a imitación del socialismo neokantiano con el que conectó Fernando de los Ríos en Marburgo- tenía que ser fundamentalmente pedagogía social.

Este buscado distanciamiento de los partidos, esta apuesta por la reforma a medio y largo plazo a través de la educación explican la actuación de muchos intelectuales españoles – la Generación del 14- en las tres primeras décadas del siglo XX. En lugar de política, pedagogía social; o mejor dicho, siguiendo a Giner redujeron la política a pedagogía social. Y pedagogía social es lo que, como intelectual, hizo Fernando de los Ríos desde la Extensión Universitaria de Granada recorriendo los pueblos para hablar de la historia de la democracia, del cooperativismo, de las formas de organización de la clase obrera, etc. Pedagogía social es lo que hizo De los Ríos como miembro fundador, junto con Ortega y Gasset, y activista de la Liga para la Educación Política de España, que traducía en una fórmula concreta, las ideas de la ILE sobre la función del intelectual en aquella España.

4.- El salto a la política y al PSOE: la política política.

Fue su compromiso con la Extensión Cultural y con la Liga para la Educación Política de España lo que le dio un enorme prestigio entre las clases populares de Granada. También le permitió conocerlas mejor que todos sus colegas de la Generación del 14. Las clases populares no eran para él conceptos abstractos con los que operaban sus amigos del periódico El Sol o de la Liga, sino personas de carne y hueso, con nombres y apellidos, que acudían a su casa de la calle del Salón en Granada desde los más remotos pueblos pidiéndole ayuda, asesoramiento, consejo o solicitando su presencia en las sedes de las organizaciones obreras. Y fue así, en su estrecho contacto con las gentes de los pueblos de Granada, como no tardó mucho tiempo De los Ríos en tomar conciencia de los límites de reducir la política a pedagogía social; que en España hacía falta algo más que pedagogía social; que hacía falta también bajar a la política política.

Para la izquierda granadina era un referente social; aunque rehuía, como Giner, la militancia política. El PSOE nacional le escuchaba. El propio Pablo Iglesias trataba de atraerle al partido. El 4 de agosto de 1917 le recibió Pablo Iglesias en su domicilio de Madrid y, como muestra de la confianza que tenía en él, le dice que en unos días se declarará la Huelga General del 17 y le sugería que sería bueno que adelantara su vuelta a Granada para estar presente. El 28 de octubre 1917 dio un paso más en su compromiso político anunciando su candidatura, con Pablo Azcárate, al ayuntamiento de Granada. Pocos meses después el Frente Anticaciquil granadino le pidió ser su candidato único en las próximas elecciones generales y el 10 de enero de 1918 anunció su candidatura, pero como independiente. No lo logró, pero su gran prestigio hizo que Romanones le invitara a entrar como ministro en su gobierno; pero él estaba ya en la “orilla”. Finalmente en la primavera de 1919, venciendo sus reticencias hacia los partidos, ingresó en el PSOE: no venía con las manos vacías sino que aportaba su prestigio como intelectual y como líder social. El 1 de junio de ese mismo año fue elegido diputado y el 25 de junio hizo su entrada en el Congreso.

Era el primer diputado socialista de Granada y de Andalucía. Y fue así como, partiendo de la política entendida como pedagogía social, terminó de lleno en la política política.

5.- ¿Qué aportó Fernando de los Ríos al PSOE?

No voy a resumir su biografía política. Me limitaré a lo que yo considero su legado intelectual pues, como dije, Fernando de los Ríos es el pensador más moderno y ofrece el pensamiento más vivo del viejo socialismo español. De los demás líderes socialistas, incluido Besteiro, nos quedan sus hechos y su ejemplo. De Fernando de los Ríos, además, nos han quedado sus ideas. En los últimos años de su vida escribió un bellísimo libro sobre su maestro Giner: El pensamiento vivo de Giner de los Ríos. Al preparar esta charla he pensado qué es lo que yo diría si tuviera que escribir un libro titulado El pensamiento vivo de Fernando de los Ríos. Pues bien, además de El Sentido Humanista del Socialismo – obra que no he dejado de leer desde que en 1970 comencé mi tesis doctoral sobre la misma- de su legado vivo destacaría sus enseñanzas sobre el valor de las instituciones, de las libertades, del imperio de la ley, del respeto y el amor a España.

5.1. El valor de las instituciones. La presencia de don Fernando en la Cámara suponía, por una parte, el fortalecimiento de la minoría socialista – los Siete Niños de Ecija que les decían- y por otra, un paso decisivo en la parlamentarización del Partido Socialista. En aquella época, para la izquierda el Parlamento – y la propia democracia- no tenían sino un valor instrumental, accesorio de la auténtica política que se desarrollaba en el campo, en la fábrica o en la oficina; pero no en el Parlamento ni en las instituciones. El objetivo de la izquierda de la época no era tanto conquistar el Gobierno cuanto hacer la revolución social. Basta leer los discursos de Largo Caballero, y en cierta medida de Julián Besteiro, para percibirlo. Fernando de los Ríos, junto con Indalecio Prieto, eran los líderes parlamentarios de más talla, no sólo por sus cualidades como oradores sino también por su concepción del Parlamento y de las instituciones como el centro, no exclusivo pero sí principal, de la acción política del Partido Socialista.

Su apuesta por el parlamentarismo no sólo se revela en sus trabajos académicos como su importante discurso sobre La crisis del Parlamento sino en su incansable actividad. Lo primero que hizo al llegar a la Cámara fue pedir que se le reservara un turno para hablar del problema agrario de Andalucía, para defender la adhesión de España a la Liga de Naciones, para proponer el cambio de la política africana por una política dirigida a América o redactando el Proyecto de Bases que pueden dar satisfacción inmediata a las reivindicaciones más perentorias de las organizaciones obreras, a las clases medias y a la conciencia liberal de España que defendió el 10 de febrero de 1920. No estoy muy seguro que la minoría socialista estuviera alineada en ese momento con sus posiciones. En este significativo proyecto, Fernando de los Ríos proponía al PSOE convertirse en el representante no sólo de la clase obrera sino de las clases medias y la conciencia liberal de España. Todo un programa en 16 puntos – buscando la alianza con la clase media y los liberales – que haría innecesarias las rupturas revolucionarias.

Esta visión del Parlamento y, por extensión de las instituciones, no era entonces unánime ni siquiera mayoritaria. Una parte importante del PSOE seguía creyendo en la lucha popular. Por eso Fernando de los Ríos fue capital en la operación de anclar al PSOE en las instituciones. Cuando se discutió si se aceptaban o no las 21 condiciones que ponía Moscú para el ingreso del PSOE en la III Internacional, redactó de su puño y letra una resolución dirigida a Moscú y declarando que este partido defendía la “necesidad de continuar la labor de la clase obrera en los Ayuntamientos, Diputaciones Provinciales y en el Parlamento, así como en los organismos de carácter social”.

5.2 El valor de las libertades

El próximo año por estas fechas podemos celebrar otro centenario aún más trascendental en la historia del socialismo español. La Gran Guerra y la posterior Revolución Soviética habían quebrado la unidad del movimiento obrero internacional que dudaba entre el reformismo laborista de Ramsay MacDonald y el deslumbramiento de la Revolución Soviética. El PSOE, como el resto del socialismo europeo, se debatía entre Rusia o Inglaterra; entre convertirse en el constructor en España del Estado Social y Democrático de Derecho o lanzarse por la senda revolucionaria que iluminaba “la estrella roja del Oriente”. Y en aquel momento decisivo de la historia del socialismo español – y de España- la voz, el consejo y la posición rotunda de Fernando de los Ríos, recién llegado al partido socialista, fueron decisivas.

Como es bien sabido, fue en el Congreso Extraordinario celebrado el 19 de junio de 1920 donde el PSOE mostró su división más profunda. El Congreso se inició con una clara mayoría de partidarios de entrar en la III Internacional de Moscú. La minoría, entre los que inmediatamente destacó don Fernando, se oponía y buscando el acuerdo propuso entrar con unas condiciones que lo hacían en realidad inviable. De los Ríos dio la vuelta al Congreso (8.269 delegados frente a 5.016 y 1.615 abstenciones) y, sin el apoyo de líderes como el propio Largo Caballero o Julián Besteiro, redactó la propuesta que fue mayoritaria y que ponía tres condiciones para entrar en la Internacional comunista; una forma de oponerse a Moscú.

A Fernando de los Ríos, junto con Anguiano, se le encargó viajar a Moscú para presentar allí las tres condiciones. Llegaron el 19 de octubre donde se entrevistó con Zinoviev, Clara Zetkin, Bujarin y Radeck. De la famosa entrevista con Lenín, se hicieron famosas las siguientes palabras:

  • Nosotros –respondió Lenin a la pregunta de De los Ríos- nunca hemos hablado de libertad sino de dictadura del proletariado; la ejercemos desde el Poder, en pro del proletariado, y como en Rusia la clase obrera propiamente dicha, esto es, la clase obrera industrial, es una minoría, la dictadura es ejercida por esa minoría y durará mientras no se sometan los demás elementos sociales a las condiciones económicas que el comunismo impone… Sí, sí, el problema para nosotros no es de libertad pues respecto de ésta siempre preguntamos: ¿libertad para qué?”

A la vuelta se convocó para el 9 de abril de 1921 un nuevo Congreso del PSOE en el que por una amplia mayoría se aprobó la propuesta de Fernando de los Ríos: no entrar en la Internacional Comunista. En ausencia de Pablo Iglesias (enfermo) y ante el silencio de Largo Caballero y Julian Besteiro, Fernando de los Ríos determinó el destino histórico del partido socialista. Había sido el vencedor. ¡… El viaje a Rusia –confesaba a Unamuno – ha ahondado en mí el amor frenético a la libertad referida a la conciencia: ¡qué cosas oí y vi¡ De muchas de ellas no he querido hablar porque, evidentemente, no son de creencia. ¡ Qué huella ha dejado en mí la visita a Rusia¡”…

Solo había una estrategia posible para el socialismo: la democracia parlamentaria.

5.3. El valor del Imperio de la ley

Apropiándose de unas palabras de Fernando Lasalle, Fernando de los Ríos decía que “Si yo hubiese creado el mundo, lo habría organizado de suerte que el Derecho precediese al Poder”. Y es que, una vez que se abrazaba la democracia como forma de acceder al poder, era preciso fijar claramente la relación que había entre soberanía popular (democracia) y soberanía de las leyes (imperio de la ley). (Un debate bien actual todavía hoy –dicho sea de paso- cuando se pone por encima de la ley un eventual derecho a decidir). ”Donde no hay ley, no hay libertad”, decía Locke y el propio Rousseau aseguraba que “cuando la ley está sometida a los hombres no quedan sino esclavos y amos; esta es la certeza de la que estoy seguro. La libertad sigue siempre el destino de las leyes; reina y perece con ellas”.

Por eso Fernando de los Ríos, mejor que nadie en el PSOE y en ocasiones –subrayo- frente a la mayoría de los dirigentes del PSOE, exigía que el PSOE en las instituciones fuera el garante del respeto a la ley. El propio Azaña, molesto con las intervenciones de don Fernando, veía en Fernando de los Ríos a “la encopetada señora doña juricidad”. Pero la juricidad, que tanto enojaba a los impacientes, en don Fernando no era sino la afirmación de la soberanía de la ley frente a la soberanía de los hombres; o si se prefiere la apuesta por una soberanía popular sometida a la ley.

Y fue esta idea capital del imperio de la ley, del respeto a la ley, lo que le llevó a liderar en el PSOE la oposición a colaborar con la dictadura de Primo de Rivera y a desmarcarse de la presencia de Largo Caballero en el Consejo de Estado. Fue ese respeto a la suprema ley o Constitución, lo que le llevó a oponerse a la quiebra de la legalidad constitucional republicana que supuso la famosa Revolución de Asturias. No hay socialismo sin democracia; y no hay democracia sin respeto a la ley. Y él, que había hecho su tesis doctoral sobre Platón, que había estudiado en Marburgo con Paul Natorp, conocía el mensaje que transmitió Sócrates ante una condena injusta: Obedecer las leyes y, si no se está de acuerdo, cambiarlas pero no desobedecerlas. Socialismo es libertad dijimos en 1977 cuando recuperamos esta. E hicimos bien porque, como repetía don Fernando citando a Cicerón, “Somos siervos de la ley precisamente para ser libres”.

Y en estas horas difíciles por las que atraviesa España, respetar y hacer respetar la ley – y la Constitución es la primera ley- sigue siendo un pensamiento bien vivo de Fernando de los Ríos que apela a todos los españoles y especialmente a quienes se sientan socialistas.

4.4. Socialismo y amor a España

Fernando de los Ríos no habló nunca del Estado español. Hablaba de España. Uno de los textos más conmovedores que dejó escrito fue su Sentido y Significación de España, un texto bien actual y que debiéramos leer. Fue una de sus últimas conferencias, pronunciada, ya enfermo, en México el 17 de enero de 1945. Emocionado “por la abundancia de dolor de corazón que, como españoles, sufrimos en el exilio” expuso a los españoles que le escuchaban “la significación de la tierra santa en que nacimos”.

Las naciones no son realidades originarias sino creación cultural, comunidades culturales creadas y recreadas constantemente por los seres humanos. Son, en feliz expresión de B. Anderson, comunidades imaginadas, construidas con historias, mitos y leyendas compartidas. Dicho con evidente exageración: las naciones las construyen los historiadores, los poetas y nosotros mismos mirando al pasado y al futuro. La España que don Fernando imaginaba, y de la que se emocionaba hablando desde el exilio, la construía espigando en la historia hechos y testimonios.

La España auténtica no era, para él, la del régimen totalitario implantado por la fuerza, por la aristocracia, el ejército, los terratenientes y la Iglesia; la España auténtica era la España que “acuñó la palabra liberal”; la España histórica era la España integradora de culturas y de razas: “España es un pueblo fundidor de sangre y se mezcla con todos, absolutamente con todos”, como ponía de relieve la empresa hispana en América. Era la España de la tolerancia y el respeto, del Estado laico (Iglesia y Estado en el siglo XVI – tesis de Rouco Varela): “¿Se imaginan ustedes, dada la intolerancia del momento que nos ha tocado vivir, que pudiera haber en Toledo una mezquita en que los tres cultos, el hebreo, el árabe y el cristiano, uno detrás de otro, pudieran oficiar en la misma iglesia? … A eso tenemos que aspirar”. En vísperas del fin de la guerra mundial, cuando se creía ya inminente la vuelta a España, pensaba que esta debía reconstruirse sobre su mejor tradición: liberal, fundidora de culturas, tolerante y respetuosa.

Y…, ¿no era aquella España soñada por don Fernando la España que dibuja nuestra Constitución y que otra vez está siendo cuestionada tanto por el secesionismo identitario como por quienes pretenden imponernos sus concepciones morales o religiosas de vida?

6.- La Revolución del respeto: la única revolución pendiente

Y esto me lleva a una última idea de Fernando de los Ríos que me gustaría glosar como parte de su “pensamiento vivo”. Es su idea del respeto como virtud social. En las elecciones del 36, preocupado por quienes desde la izquierda proponían la revolución social y desde la derecha amenazaban a su vez con la revolución pendiente, en un impresionante mitin celebrado en Granada afirmó don Fernando: “En España lo único pendiente es la revolución del respeto”; el respeto no sólo individual sino social porque constituía el mejor cimiento sobre el que construir la España civil. ¡Qué idea más luminosa y más actual para todos nosotros en esta España tan crispada, a veces tan feroz y que parece condenada de nuevo a una polarización enconada!

¿Qué quería decir don Fernando con su revolución del respeto? Creo que confundimos tolerancia y respeto. Y no son lo mismo. La tolerancia es una virtud social mínima; casi ni es una virtud sino una simple regla prudencial: toleramos aquello que no nos gusta pero que, para poder convivir en sociedad, decidimos poner entre paréntesis. La tolerancia es una especie de tregua, de armisticio entre adversarios que detienen las hostilidades pero que se siguen mirando con desconfianza y recelo. Es evidente que el tolerante no tiene que tolerar todo: hay tolerancias insensatas, tolerancias suicidas como sería tolerar la quiebra de las reglas básicas de juego, como es una Constitución. Pero dentro del respeto a la ley, la tolerancia tiene un amplio campo en la vida pública. Como superación del enfrentamiento, exige capacidad de negociación, de transacción entre posiciones y que aspiran únicamente a un modus vivendi. La tolerancia, a lo máximo que puede llegar es a la conllevancia, que decía Ortega y que algunos piensan que es la única solución a conflictos como el catalán. La tolerancia es ciertamente necesaria para sobrevivir; pero insuficiente para construir la España civil.

Y por eso hay que avanzar un paso más, pedía De los Ríos, como es la práctica de la virtud del respeto. El respeto es otra cosa; va más allá de la tolerancia aunque la presuponga. El respeto exige interés por los demás, curiosidad por las ideas y propuestas del otro y capacidad de diálogo en el sentido más profundo de diálogo: dialogar –decía Machado- es primero preguntar y después escuchar. Para respetar una posición o comportamiento, para respetarnos no tenemos que estar de acuerdo: basta con tener curiosidad, con comprender que la posición del otro refleja un punto de vista diferente, que puede tener sus razones atendibles y que esta diferencia nos ofrece la oportunidad de aprender escuchando y así avanzando en la construcción de esa utopía que es la España civil.

Tiene, pues, todo sentido que en estos momentos, aquí y ahora, en este ambiente político tan enconado y tenso, un prestigioso profesor, un político socialista, el primer diputado socialista de Andalucía nos recuerde a todos la importancia individual y social – pero también política- de la virtud del respeto; un respeto que sólo puede darse entre personas o grupos que comparten, por lo menos, las reglas básicas de una sociedad entre las que está el imperio de la ley y de la Constitución.

7.- Recordar, acordar, concordar.

Voy a terminar. Pienso que siguen siendo válidas hoy algunas de aquellas ideas de hace cien años como son el valor de la educación (los grandes pensadores han puesto siempre de manifiesto la conexión íntima entre democracia y educación), de la tolerancia, del respeto, del parlamento, de las instituciones, del imperio de la ley o el amor a España. Y que con estas mimbres – educación, respeto, instituciones, imperio de la ley y amor a España- habría que intentar rearmar nuestras esperanzas.

Comencé mi intervención diciendo que la Memoria Histórica exige una pedagogía de la memoria; esta es siempre selectiva en sus recuerdos y sus olvidos. Por eso debemos aprender qué es lo que tenemos que olvidar para poder seguir viviendo juntos y qué es lo que debemos recordar. Y una de las cosas que no debemos olvidar es el ejemplo y las enseñanzas de los grandes hombres y mujeres de nuestro país.

Por eso felicito a la Diputación de Granada por haber hecho un hueco en su programa y reivindicar el legado de Fernando de los Ríos. Podemos decir de los santos laicos de España, lo que decía Goethe hablando de sus maestros: “dichoso aquel que recuerda a sus antepasados con agrado, que gustosamente habla de sus acciones y de su grandeza y que serenamente se alegra viéndose al final de tan hermosa fila”. Fernando de los Ríos, el primer diputado socialista de Granada, abrió en la izquierda de España una de las más hermosas filas.

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